miércoles, 2 de enero de 2008

En silencio

Amada mía,
tal vez no escuches
que a diario vuela
desde mis labios

un ¡te amo!
como flor abierta
aromada por ese cariño indeleble
que rompe el silencio que se avecina
y creas distraida,

que es el viento que susurra
mientras se despeina...
Pero lo cierto es,
Reina mía,
que te amo
con el lenguaje más inefable
que rueda por el mundo
y con los latidos
más imperecederos que estremecen
hasta el fulgor de las estrellas
cuando caen
sobre el brillo de tus ojos
a la orilla del ¡te amo!
con el silencio dicho.

Quién diría?

Acaso alguna vez te imaginaste
cruzando el tiempo y las circunstancias,
resistiendo a la orilla de los días
o cerrando los ojos anclada al recuerdo
de mi voz llamándote
con la insistencia del océano
que se inmola en la roca,
una y otra vez
una y otra vez

hasta que llegabas
hecha beso apasionado?

Acaso alguna vez te viste
acariciada con tanta ternura
por las palabras que traspasaron

el papel extasiadamente maravillado
y fueron a anidar en tu oído
como bandadas salvajes
que migran siempre

hacia el mismo sitio
sin una razón comprensible?

Acaso pensé alguna vez
decirle obstinadamente a tu boca
que su mar contiene el agua de mis besos
y que tu geografía desbocada
era el único lugar del mundo
donde moriría contento

con tu nombre
arrancándose de mis labios?

Y sin embargo,

quién diría
que somos dos conjugando un verbo
que justifica que la vida sea vida
y que al vivirla contigo
el cielo se haga verdad
cada vez que te respiro.

El peso de los días

Tal vez
y sólo tal vez
cuando estamos cansados
y todo se llena de gris melancolía,

creemos que lo más fácil
es lo mejor,
pero cuando bebemos
del pozo de nuestro espíritu
y respiramos el azul profundo
del universo que nos contiene
volvemos a entender
que nunca lo mejor
es lo más fácil.